EL HOMBRE NO ES UNO SINO MUCHOS
Ante todo, el hombre debe saber que él no es uno; él es
muchos.
No tiene un Yo permanente e inmutable.
Él es siempre diferente.
En un momento es uno, en el siguiente momento es otro, en
el tercer momento es un tercero, y así sucesivamente, casi sin término.
¿Cómo se crea la ilusión de unicidad?
La ilusión de unidad o unicidad se crea en el hombre,
ante todo, por la sensación de un cuerpo físico, luego por su nombre, que en casos normales siempre sigue siendo el
mismo, y tercero, por cierto número de hábitos mecánicos que le son implantados
por la educación o los adquiere por imitación.
Al tener siempre las mismas sensaciones físicas, al oír
siempre el mismo nombre, y al notar en sí mismo los mismos hábitos e inclinaciones
que tenía antes, se cree ser siempre el mismo.
En realidad no hay unidad en el hombre y no hay un centro
de control, ni un Yo permanente.
Este es el esquema general del hombre:
Cada pensamiento, cada sentimiento, cada sensación, cada
deseo, cada gusto y cada aversión es un "yo". Estos "yoes"
no están conectados entre sí, ni coordinados en forma alguna.
Cada uno depende de los cambios de las circunstancias
exteriores, y de los cambios de las impresiones.
Algunos siguen mecánicamente a otro, y algunos aparecen
siempre acompañados de otros.
Pero en esto no hay ni orden ni sistema.
Hay ciertos grupos de "yoes" que están ligados
naturalmente.
Hablaremos de estos grupos posteriormente.
Por ahora debemos tratar de comprender que hay grupos de
"yoes" ligados tan solo por asociaciones accidentales, recuerdos
accidentales, o semejanzas totalmente imaginarias.
En todo momento, cada uno de estos "yoes" sólo
representa a una muy pequeña parte de nuestro "cerebro",
"mente", o "inteligencia"; pero cada uno de ellos pretende
representar a la totalidad.
Cuando el hombre dice "yo", cree que está
expresando la totalidad de sí mismo, pero
en realidad, aun cuando lo pretenda, es sólo un pensamiento pasajero, un deseo
pasajero.
Una hora después lo puede haber olvidado completamente, y
expresar con la misma convicción una opinión, un punto de vista, o un interés
opuesto.
Lo peor de todo es que el hombre no lo recuerda.
En la mayoría de los casos cree en el último yo que se
expresó, mientras éste dure: esto es, hasta que otro "yo", a veces
totalmente desconectado del precedente, no exprese su opinión o deseo en un
tono más fuerte que el primero.
Ouspensky
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